Hoy lo he logrado. Llegué a pensar que sería imposible, dada la primera parte de mi vida casi imperceptible por lo opaca, ya que, desde pequeño tuve que soportar en silencio el bullying de mis compañeros de juegos y de estudios. Lo que más recuerdo son sus risas ufanas ante mis continuas caídas y rendiciones mansas que también provocaron mi timidez y aislamiento y que alejaron de mi lado para siempre al mundo femenino.
Cuando comencé a trabajar en una oficina, mi mente ya estaba deformada. Un “buenos días” y un “buenas tardes” era mi léxico habitual y rehuía temeroso cualquier intento de amistad, pues, estaba seguro que sólo querían reírse de mí. Mis días eran iguales y se apilaban sobre mí con una cadencia inflexible.
Quise huir de ese embrutecimiento cotidiano y comencé a jugar con la computadora por internet. Al principio y según mi personalidad me concentraba en juegos de un solo participante. Sin embargo, al hacerme más ducho, busqué juegos que se compartían a través de la voz.
Cuál fue mi sorpresa al notar que no era el “cabeza de turco” pues el anonimato había roto el esquema de sumisión y me igualaba a los otros jugadores. No solo me igualaba, sino que en juegos de guerra espacial, mi habilidad, don de mando y visión estratégica eran reconocidas y me buscaban para comandar las escuadras.
Me apodaba Capitán Uranio y flotas enteras atacaban a mi señal, desaparecían en tormentas de fuego sistemas solares completos y, viajando en el tiempo a través de los agujeros negros, sorprendíamos al enemigo por detrás.
Esta segunda fase de mi vida invirtió mis esfuerzos, sólo los juegos contaban y mis horarios se acomodaron, poco a poco, al huso horario de mis subordinados. El trabajo, las comidas y el sueño, se transformaron en medios que proveían a la subsistencia para estar en línea.
En esos momentos de espera entre ataques o asechanzas hablábamos de cualquier tema o, en medio del furor de una batalla, estallaba una maldición llena de amargura cuando aumentaba el Lag, tornando lentos nuestros reflejos electrónicos. Pasado el tiempo, cuando ya habíamos conquistado media galaxia nos convencimos de nuestra amistad y conformamos la “Legión Valquiria”. La integraban los tenientes “Dark Maul”, “Master Chief”, “Tie01”, el benjamín del grupo “Piecito” y yo.
Decidimos conocernos personalmente y, si bien todos nos sabíamos un poco antisociales, no nos sorprendió elegir entre las propuestas el Hotel Mandarín Oriental en Hong Kong, ya que esas multitudes protegerían nuestro anonimato.
Huérfanos de familia por vocación, decidimos que la fecha fuera el 31 de diciembre al mediodía. Nos encontraríamos en el restaurant del hotel luciendo la insignia del grupo: el Sistema Solar apoyado sobre una nave híper lumínica.
Todavía recuerdo el shock que nos produjo el vernos por primera vez. Cada uno con su tara, nos sentimos desnudos sin nuestros avatares, sordos sin los auriculares y mudos sin los micrófonos. La decepción campeaba y mientras almorzábamos apenas intercambiamos los datos de nuestros perfiles. Lo que creímos sería una reunión de amigos terminó en un unánime silencio. En lugar de gallardos héroes que conquistaban la galaxia nos encontramos gordos, pelados, imberbes o ancianos y todos sobre endeudados por el costo del viaje y el alojamiento.
En el avión de vuelta advierto que mi vida ha comenzado por tercera vez. Efectivamente, al romperse la ilusión no podía seguir al mando de la “Legión Valquiria” y por eso comenzaré el juego desde el principio, como simple recluta con un nuevo avatar y nuevos datos. Sin embargo he aprendido una lección y cuando conquiste (esta vez sí, la galaxia completa), la emprenderé con otra y otra.
Siempre al mando solitario y sin amigos hasta que mi cuerpo sin vida se enfríe sobre el ordenador, mientras millones de mundos electrónicos me rinden su homenaje póstumo.
Carlos Caro