Me desperté aterido de frío en posición fetal. Trataba, bajo las sábanas de retener el calor y, con enojo por el descuido, apagué el aire acondicionado. No obstante, sabía que no era el culpable pues la baja temperatura provenía del exterior.
Abrí las cortinas y, con una luz mortecina, me vestí en procura de abrigo, provocando con ello un redescubrir de lugares olvidados del armario. Allí, tras un acalorado verano, encontré las camisas escondidas detrás de las remeras, los pantalones de tela gruesa apretados en las perchas debajo de los jeans y, por su falta de uso, las medidas habían descendido en la escala social de la ropa, de modo que recién las encontré en el tercer cajón. Sólo faltaba algún pulóver que, por el contrario, aparecía muy arriba en los anaqueles.
Recién entonces dediqué mi atención al panorama detrás de la ventana. Un sol brumoso pero de un reconfortante amarillo, nubes finas que ocupaban el cielo con parches celestes y una brisa que agitaba a las hojas haciéndolas parecer ansiosas. El ciclo eterno, una vez más, se mostraba y sentí que recuperaba mi identidad geográfica, pues, hasta ayer había habitado en el trópico, con sus calores agobiantes, sus tormentas impredecibles y una humedad que invitaba a nadar.
Aunque con algunos días de atraso, se ha hecho presente el otoño y con él, regreso a mi clima subtropical de cuatro estaciones. Mi entusiasmo y mi imaginación me preparan para sus encantos; menos ventoso que la primavera, su tranquilidad invita a la reflexión de una naturaleza sin apuros. Así las flores de esta estación, siendo tan bellas como aquellas, desparraman un perfume más sutil ya que no debe luchar con la brisa. Los pichones han crecido y la febril actividad de los pájaros por sobrevivir se aplaca en vuelos silenciosos.
Los días serán templados y me tentarán a las caminatas amarillas y ocres que se irán acortando a medida que se acerque el invierno. Para entonces, ya no quedarán árboles con hojas, solo ramas desnudas.
Al mediodía las calles se llenan de escolares bulliciosos y, aunque me inquieta el caos de tráfico que provocan, los miro alegre encontrándome entre ellos en mi memoria. Recuerdo también que antes del cambio climático y del agujero de ozono se decía de los ancianos que debían sobrevivir al invierno para ganar otro año. Supongo que hoy les basta con pasar el verano.
Haciendo un bucle en el tiempo, me desperté aterido de frío y una pierna rígida en la oscura habitación. Al reconocerla busco asustado el pulsador y al encontrarlo lo aprieto con desesperación ya que, como es silencioso, no sé si la enfermera lo escuchará.
Con la vista fija en a la oscuridad, obnubilado por mí vejiga me arrepiento de cualquier falta y prometo no quejarme más del calor. Ayer, con mi infantil entusiasmo por el otoño, bajé corriendo las escaleras y si bien no recuerdo nada…, algo se rompió.
Carlos Caro
Paraná, 26 de marzo de 2015
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