Una estrella fugaz se quemó en el cielo hace muchos años, me advirtieron entonces de tales fenómenos y que, apurado, debía pensar tres deseos antes de que se extinguiera. La estrella que caía se encargaría de hacerlos realidad algún día, de modo que siguiendo las costumbres, los pensé en el orden prescripto de salud, dinero y amor.
Como un tonto, nunca averigüé si tales aspiraciones se podían ahorrar, para darle uso cuando hiciera falta. Con la imprevisión de la juventud, ni siquiera pensé en la parca y dejé pasar ese primer ítem por suponerlo apresurado.
El del dinero no. Siempre me interesó el valor de las monedas y, como unidas entre ellas, lograban cosas mayores. Solo lamento de entonces mi idea de las proporciones y así, pensando tocar el cielo con las manos deseé, avaro, tener más dinero que las luminarias del cine.
En cuanto al amor, usé mi pretensión para el mal. Te deseé un futuro solitario y miserable, sin ni siquiera un esposo o un hijo que se preocuparan por vos. Tanto me había dolido tu desdén, que me hubiera aliado al mismo diablo para castigarte, quizás esta estrella que cae es el demonio que se apura a buscar tu alma perdida.
Hoy nuevamente otra estrella celeste surca el cielo nocturno, es tan brillante y su cola tan larga que parece que lo hubiera partido en dos. Algún efecto físico de esa tremenda caída o mi imaginación ha movido aterrada a la luna quien, contrariada, ya se oculta. Esto me lleva a pensar que en realidad es mi tiempo el que huyó mientras pedía deseos como entonces y, entre tanto la luna me engañó, recorriendo constante su camino.
Es tan singular el espectáculo y tanto lo que lo he esperado, que mi mente lo hace sólo mío y compara como se han cumplido las aspiraciones de antaño. El de salud, desechado por fútil, hizo de llamador de la muerte, y ésta se ha enconado tanto conmigo que ya transita y espera a mi lado.
Las monedas de dinero se apilaron para perderse y volverse a apilar. No toqué aquel cielo con las manos, pero descubrí otros que me conformaron. Las sinrazones del corazón han cambiado el orden de los anhelos y este portento me lleva al único empeño que todavía valoro y, que fuera del tiempo, nunca daré por cumplido, conservar por siempre tu amor.
Ese que maldije un día por una tontería, enojado y orgulloso, deseándote la soledad y arrojando tu alma al ángel caído. He vivido culpable esperando otra estrella como aquella, como la de hoy, para pedirle me redima y poder seguir queriéndote sin un pasado que arrastre una maldición.
Carlos Caro
Paraná, 26 de febrero de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/USpd
No hay comentarios.:
Publicar un comentario