El pequeño barco, apurado, surca las aguas, se ha separado de los demás y su temor se nota en los nervios de su timonel quien, no sabe ya a qué santo encomendarse. Había partido temprano en el mañana junto con la flotilla de pesca, pues es la época precisa y todo el pueblo vive de ella.
Fue muy buen día y la pesca excelente, pero sin embargo ahora el cielo se ha oscurecido por la tormenta que lo sigue como un enorme oso negro enfurecido que ocupa todo el horizonte, lo persigue con saña llena de rayos que producen sus rugidos y que muestran el océano como colmillos que buscan destrozarlo.
Ya las olas se levantan convirtiéndose en montañas que dejan ver entre ellas sus fauces. Esas que el Capitán trata de evitar exigiendo a los motores que le impulsen a la cima de la ola. Lo ha logrado. Cabalga sobre ella sin victoria, la misma agua salada que le ha curtido la cara y encanecido los cabellos es la que le deja ver con desaliento la siguiente y la otra y… toda las otras.
Sabe que llegar a puerto será una dura batalla, pero como todo marino, nació para esta lucha. Él es el fiel que con su voluntad y arrojo señala al mar como una madre que provee el sustento o, vencido, lo muestra como una muerte de sepultura anónima.
Por un instante piensa en su compañera, que acunando a su hijo se preocupa ante la ventana que azota la misma lluvia salada que se estrella contra los vidrios de su cabina. Con calma le pide a esa lluvia en un susurro de viejos enemigos, que como un favor, le haga llegar sus palabras de aliento y de amor. En ese instante y con sorpresa lo ilumina, todavía lejana, la luz del faro.
No tiene dudas, ese milagro va unido al llanto de su hijo que resuena con locura en su mente, de modo que, con un suspiro le da las gracias a la vieja contrincante por el amparo que así le presta. Deja de temer, es la naturaleza y aunque le toque matarlo, él también es parte de ella.
Divisa la entrada, un poco más y se aquieta el zafarrancho al entrar a la pequeña bahía. Es el último en llegar y mientras se dirige hacia su amarradero, lo reciben las sirenas de las otras naves, cantan de júbilo por él y como revancha por algún padre, tío o hermano al que el mar no dejo llegar.
Mientras realiza las maniobras terminales, una ola asesina que lo ha perseguido con saña le da alcance y levanta orgullosa la embarcación. Se escucha el grito enojado del capitán al sentirse traicionado antes de estrellarse contra el muelle y un trueno vuelve silencio los gritos de los demás.
Carlos Caro
Una pequeña y exquisita historia, en la que, una vez más, el mar sale triunfante sobre el insignificante barquito pesquero.
ResponderBorrarUn gustazo leerte, amigazo
Shalom
Shalom Beto, gracias. Un abrazo.
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